Gracias a su desarrollo en todos los sectores durante el régimen chavista, la corrupción  ha sido de una ubicuidad evidente. Sembrada desde las alturas cuando el comandante Chávez inició su gestión, se ha propagado a la mayoría de los sectores dominados por el poder político bajo la égida del usurpador. Resulta difícil, o imposible, no relacionarla con los hechos que provocan el interés de la opinión pública. Funciona a la perfección para la explicación de numerosos sucesos, sin que se pueda hablar de exageración cuando la sentimos presente en los acontecimientos cotidianos.

La generalización sirve para explicar los comentarios surgidos a raíz del fatal percance sufrido por un avión privado cuando intentaba aterrizar hace poco en el aeropuerto de Charallave, que terminó en la muerte de varios empresarios vinculados con negociados que se han denunciado ampliamente. Cuando surgió la novedad, inmediatamente las redes sociales se ocuparon de relacionar el terrible accidente con delitos a través de los cuales varios de los fallecidos hicieron importantes fortunas de origen oscuro. Si se trataba de individuos señalados por su trato frecuente con los figurones de la dictadura, gracias al cual abultaron sus cuentas personales y vivieron una vida de disipación que no se puede explicar a través del trabajo honesto, del sudor y del ingenio que se precisan en buena ley para volverse multimillonario, mirar hacia la fuente de la corrupción era lo más fácil y lo menos tortuoso.

En el avión siniestrado no todos los gatos eran pardos, es decir, no los envolvía en su totalidad la sombra de los negocios ilegales y sucios que se han incrementado en nuestros días, pero la gente los metió a todos en el mismo saco para incluirlos en la clasificación social que más se ha fortalecido desde cuando el usurpador se hizo con el poder: como Dios los cría y ellos se juntan, todos formaban parte de una habitual pandilla de delincuentes, y de la corte de milagros que habitualmente gira a su alrededor, se afirmó sin preocuparse por los matices. Facilitó la afirmación el hecho de viajar en avión privado y de venir de regiones preferidas por el turismo chavista, de territorios que la nomenklatura ha reservado para su solaz, para fabricar nuevas “empresas” y para el intercambio con los de su calaña.

De allí la imposibilidad de ponerse a mirar hacia los detalles, de separar la paja del grano, de usar las pinzas requeridas por todo conocimiento que se respete. Es tan amplia e ilimitada la corrupción que se ha multiplicado en Venezuela debido al impulso del chavismo, que todo aquel que sea invitado, por ejemplo, a un ágape de los bolichicos, o aparezca en una foto con alguno de los pillos más renombrados, o sea vecino de su mesa en un restaurante, no se salva de quedar dentro de la ominosa casilla. Debemos al chavismo la imposibilidad de diferenciación a la cual se alude, que también viene a formar parte de los deseos de venganza desarrollados por el ciudadano común frente a quienes los han dejado en la miseria o los han obligado a abandonar el país en términos masivos. De allí las afirmaciones genéricas sobre los pasajeros del avión siniestrado, que se señalaron al principio.


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