Si algo quedó claro ayer es lo letal que es el covid-19. La muerte de Darío Vivas, al margen de sus ideas políticas y de que avalara los desmanes del régimen de Nicolás Maduro, del que orgullosamente formaba parte, demuestra que nadie está exento de terminar sus días atacado por este sombrío virus.

No valieron de ninguna forma los gritos de ánimo, las consignas revolucionarias o las ganas para escapar a un enemigo que nos supera, que es más fuerte que cualquiera de nosotros. Esto es algo muy serio. Lo peor es que avanza enseñoreándose sobre lo que queda de la destrucción que ha dejado a su paso el chavismo en esta Venezuela en crisis.

A esas personas que aún creen que todo es mentira, a aquellos que tienen dudas sobre la conveniencia o no de usar el tapabocas porque les molesta o simplemente no les gusta, a los que todavía salen a fiestas o se montan en el Metro de Caracas sin ningún tipo de protección, a todos ellos hay que decirles que el coronavirus no es cosa de juego.

Más de 25.000 casos demuestran que hace rato dejamos de estar protegidos. Las barreras de concreto trancando las calles de ingreso a los barrios y urbanizaciones de nada sirvieron. El peor sueño que podíamos tener ya llegó. Y si nos enfermamos lamentablemente se convertirá en pesadilla, porque los hospitales y clínicas están colapsados y además contamos con un liderazgo político que cada día deja claro que el país hace rato que le quedó grande.

Murió Darío Vivas, otro venezolano que se suma a los dos centenares de víctimas que han hecho entender a muchos compatriotas que el SARS-CoV-2 no es una enfermedad para tomársela a la ligera. Otros países mejor preparados para enfrentar la pandemia sucumbieron ante sus embates. Nada hace presagiar que acá vaya a ser distinto. Lo decimos con mucha tristeza. Preparémonos para lo peor.


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