Se ha formado una verdadera alharaca en torno al tema de los misiles iraníes, que el régimen de Maduro presuntamente desea comprar a los ayatolás. Procuremos entonces descifrar en lo posible de qué se trata el asunto y esclarecerlo.

Lo primero que debemos precisar es que misiles de uso militar de diversa naturaleza han estado presentes en Venezuela desde hace rato, la mayoría de ellos de origen ruso. Ahora bien, que sepamos, muchos son misiles tierra-aire, es decir, misiles para la guerra antiaérea. No se trata de misiles estratégicos tierra-tierra de gran poder, capaces por ejemplo de atacar ciudades en países circundantes. Estamos hablando, por tanto, y en el argot que se usa en ese campo, de armas defensivas. Es cierto que existen sistemas misilísticos tierra-tierra para el combate táctico en batalla, y que seguramente las fuerzas militares venezolanas poseen algunos de estos porque son muy comunes en el Ejército ruso. Pero importa insistir sobre ello: se constata una significativa diferencia entre los misiles defensivos y los ofensivos, y entre estos últimos importa igualmente distinguir entre los misiles llamados tácticos y los estratégicos.

En 1962 los soviéticos intentaron instalar en Cuba misiles con ojivas nucleares, con la capacidad de alcanzar y destruir ciudades en territorio continental de Estados Unidos. En términos prácticos eran misiles estratégicos. Ese acto temerario suscitó la llamada “crisis de los cohetes”, que colocó al mundo al borde de una devastadora conflagración. ¿Qué se traen ahora entre manos Maduro y sus aliados iraníes? ¿De qué clase de misiles estamos hablando, si es que acaso corresponden a la realidad los rumores que se escuchan actualmente? ¿Se preparan los iraníes a desplegar en Venezuela misiles ofensivos estratégicos, aunque sin ojivas nucleares (pues no las poseen todavía), pero con el alcance que les permita llegar desde nuestro país hasta territorio continental de Estados Unidos, con el poder de fuego suficiente (explosivos de gran potencia) para sembrar el terror en Miami, para mencionar un caso?

Francamente no lo creemos, pero no es recomendable descartarlo del todo. Recordemos que, como ya lo discutimos una vez en este espacio editorial (07-05-2020), los ayatolás iraníes y el régimen madurista llenan los requisitos para clasificarles como “Estados locos”, en el sentido que dio al término el profesor israelí Yehezkel Dror en su estupendo libro de ese título. Expuesto el tema de manera sencilla, un Estado loco se comporta de manera incomprensible y reiteradamente sorpresiva frente a sus adversarios, minando su confianza mediante el constante desengaño de lo que estos últimos esperan que haga. En otras palabras, más crudas, los Estados locos actúan “como locos”, asumiendo riesgos que sorprenden y desconciertan a sus enemigos. En este sentido, el régimen de Nicolás Maduro posee los principales rasgos que definen un Estado o actor político loco, y uno de los factores que más ha contribuido a su perdurabilidad ha sido y es su capacidad de subir la apuesta, de descolocar a sus adversarios, de confundirles y atontarles debido a su aptitud para frustrar las expectativas que se hacen.

Habiendo dicho esto, no creemos que Maduro y los ayatolás sean tan locos como para desplegar operacionalmente en Venezuela misiles ofensivos, que amenacen de manera directa a Estados Unidos, a Bogotá o Brasilia. ¿Pero podemos estar seguros de ello? ¿De qué le servirían a Maduro nuevos misiles iraníes para exclusivo uso antiaéreo? ¿Está acaso Irán buscando repetir la treta soviética de 1962, pero con la diferencia de que Moscú comandaba entonces un inmenso poder militar con gran alcance geográfico, en cambio los ayatolás están a la cabeza de una nación postrada económicamente, con serias tensiones sociales y sin armas nucleares? ¿Estamos especulando sobre realidades o sobre misiles de plastilina? ¿Qué dicen de todo esto los mandamases cubanos que controlan a Maduro y rigen a fin de cuentas los destinos de Venezuela?

Raúl Castro y sus secuaces son malvados pero no son estúpidos. Los golpes y los reveses enseñaron a Fidel y Raúl a moderar sus ímpetus, y a entender cuál es la línea roja que resulta preferible no atravesar, de modo de evitar la cólera del Tío Sam. Es cierto que con frecuencia los estadounidenses parecen ingenuos y se dejan manosear por adversarios de poca monta, pero no es recomendable arriesgarse demasiado.

Algunos comentaristas han conjeturado que tal vez los ayatolás buscan crear una crisis geopolítica en el Caribe, con su epicentro en Venezuela, antes de las elecciones de noviembre en Estados Unidos, con el supuesto objetivo de enredar a Trump y contribuir a su eventual derrota. Estas consideraciones nos lucen bastante fantasiosas, pues entre otros aspectos el tiro podría salirles por la culata, fortaleciendo en lugar de debilitar a Trump. Más bien, lo sensato para los enemigos de Washington sería aguardar con calma el desenlace del proceso electoral estadounidense, apostar a una victoria de Biden y el Partido Demócrata, y confiar en un giro fundamental de la política exterior en una dirección más blanda. Sin embargo, con los Estados locos hay que mantenerse alertas, pues son propensos a desbocarse y calcular erróneamente sus movidas. La altanería, la soberbia, el engreimiento, así como también la sospecha y el miedo, les empujan con frecuencia y por sus propios medios al abismo.


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