El domingo pasado fue elegido Sebastián Piñera como presidente de Chile.

Lo más sorprendente de esa elección no fue tanto el triunfo del candidato de la coalición opositora Chile Vamos que agrupa varios partidos políticos, sino la civilidad y madurez con que los políticos chilenos asumieron el resultado. Momentos después de haberse oficializado el triunfo de Piñera, fue transmitida en vivo por los medios televisivos una conversación telefónica entre la socialista presidente Michele Bachelet y el nuevo presidente conservador. El diálogo concluyó con la invitación a desayunar por parte de Piñera a la presidente en ejercicio. Como si esto fuera poco, minutos después el candidato perdedor de la coalición de izquierda en el gobierno, Alejandro Guillier apareció junto al nuevo presidente en una alocución conjunta desde el comando de Piñera en la que ambos intervinieron y se bañaron en elogios mutuos. ¡Impresionante! El liderazgo variopinto chileno, en el que cohabitan desde el Partido Comunista de Chile hasta el ultraconservador Unión Demócrata Independiente, están claros en que a pesar de sus diferencias ideológicas, que son bastante pronunciadas, Chile y su democracia están primero. Es el pueblo en las urnas, en elecciones limpias el que decide su futuro. No es la triquiñuela ni las maniobras electorales las que definen la elección. Una vez conocidos los resultados el perdedor reconoce al vencedor. Y que siga Chile hacia adelante.

Es oportuno indicar que Chile pasó de ser una férrea dictadura en las décadas de los setenta y ochenta a convertirse en la democracia ejemplo del continente. Quizá sea por el temor de volver a otra dictadura que exhiben ese grado tan alto de civismo. No obstante, querámoslo o no, también es justo señalar que fue la dictadura chilena la que ensambló las bases económicas de lo que es el Chile de hoy: una nación próspera con un alto nivel de vida y bajos índices de pobreza que la convierten en el modelo deseado por cualquier país latinoamericano. Recordemos que a comienzo de los años setenta, el comunista Salvador Allende estaba conduciendo a ese país a la debacle. Medidas populistas como la que tomaron los socialistas de aquí produjeron, al igual que aquí, desabastecimiento e inflación. Pinochet y el alto mando militar chileno predijeron el negro futuro que se avizoraba para Chile de continuar Allende en el poder y actuaron. Al margen del reproche por su conducta en la violación de los derechos humanos, que sin duda ocurrieron en los 16 años de su mandato, no hay duda de que el general preparó el terreno para que hoy la democracia chilena cosechara los frutos de las medidas liberales tomadas bajo su mando.

Volviendo al tema de las recientes elecciones chilenas, es de destacar que, según las encuestas, la contienda para la segunda vuelta estaba muy reñida entre los dos candidatos Piñera y Guillier. Desde el comando de Piñera se trazaron como estrategia buscar los votos casa por casa en las zonas populares metropolitanas y en las zonas del interior de Chile cuyos resultados no les fueron favorables en la primera vuelta. Para ello se valieron de la incorporación a su campaña de importantes actores políticos, como el senador de Renovación Nacional Manuel Jose Ossandon y del ex candidato independiente el ultraconsevador José Antonio Kast. Piñera, de manera humilde y sin arrogancia, incorporó a su campaña a estos dos líderes que al final resultaron indispensables en su triunfo. Junto al senador Ossandon y la legión de voluntarios piñeristas, se dieron a la tarea de recorrer puerta a puerta dos de las zonas más populosas del Santiago metropolitano, Puente Alto y Maipú, en las que Piñera había llegado de tercero en la primera vuelta. Penetraron el Chile profundo, visitando regiones y ciudades donde habían ganado Guillier y Beatriz Sánchez, en la primera vuelta. Se unieron militantemente, ante el temor de que ese país siguiera en manos de la izquierda. Piñera y su comando se resistieron en darse por vencidos y con mucho esfuerzo lograron revertir la tendencia y ganar las elecciones.

De igual manera muchos chilenos que no votaron por Piñera en la primera vuelta se vieron conminados a votar por él, movidos por una ingeniosa campaña publicitaria denominada “Chilezuela” en la que graficaba un eventual gobierno de Guillier con la trágica situación que vive hoy Venezuela. El fundado temor de que el Sr. Guillier siguiera el modelo venezolano puso a muchos votantes a correr apresurados a votar por Piñera, para asegurarse que la sombra del chavismo no llegara a su país. Es decir, el régimen socialista venezolano ha convertido a nuestra Venezuela en el antimodelo. Somos el hazme reír del mundo. ¡Qué vergüenza!

La conducta de los opositores chilenos debe servir de lección a la oposición venezolana, quienes mansamente abandonan la lucha y desisten de buscar los votos en determinadas comunidades en las que históricamente se ha votado por el PSUV y se abstienen de hacer campaña en esas comunidades ante la excusa de que “esa gente es chavista”. No, el pueblo venezolano no es chavista, el pueblo venezolano es nacionalista y lo que busca de su dirigencia es que los representen. Los venezolanos no son socialistas, ni les gusta depender de una bolsa CLAP; nuestro pueblo lo que busca afanosamente son oportunidades para progresar y un salario justo por su trabajo para poder salir a comprar sus cosas como quiera. Con esas dádivas el pueblo se siente humillado y si las acepta es solo porque tiene la imperiosa necesidad de sobrevivir.

Ojalá nosotros en Venezuela no lleguemos al extremo de que se nos aplique la tesis del “gendarme necesario” que se aplicó en Chile con Pinochet. Aunque, a decir verdad, el desastre socialista nos está conduciendo directo a ello. Para impedirlo el régimen no tiene otra alternativa que la de rectificar: o rectifican o lo rectifican. Así de sencillo.


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