En el diario trajinar verbalmente con el bello castellano (imprescindible lazo de comunicación con nuestros semejantes), es común jugar con su rica terminología. A algunos vocablos les damos el correcto y adecuado uso, no así a otros. Con inusitada frecuencia manejamos el término persona al referirnos al ser humano, a un hombre o a una mujer, o sea a una persona física, natural. Decimos natural para distinguirla de las personas jurídicas que son intangibles.

Igualmente, hablamos también de personalidad aludiendo a las virtudes, rasgos y cualidades individuales que caracterizan a una persona, con lo cual se le califica estableciendo así notable diferencia con otras. Es como colocarle su sello personal, hilvanado con sus formas y maneras propias de ser y de actuar.

Esas características personales tienen, socialmente, marcada importancia en el plano afectivo: atracción o rechazo, pues con ellas se cultivan simpatías o se siembran distancias.

De allí lo conveniente que es, para las personas, ocuparse de su autoestima, tomar conciencia de esa necesidad de mejorar, valorándose a sí mismas. Es asunto de proponérselo haciendo suyos los valores morales, cultivando virtudes y prodigándose aquello que se llama amor propio. Este cuidado debería ser prioritario, sobre todo, por parte de quienes ocupan las más altas posiciones de liderazgo, a fin de que su actuación sea pedagógica y los haga verdaderamente acreedores de la denominación de magistrados.

Al hacer estas consideraciones valga la ocasión para recordar una nota de prensa, aparecida en el diario El Nacional (16 de agosto de 2015), en la cual se narraba que el doctor Luis Guillermo Solís, siendo presidente de Costa Rica, lanzó un decreto mediante el cual prohibió ciertas formas de culto a la personalidad, desde las fotos en las dependencias oficiales (que en nada suplen incapacidades) hasta las placas en obras inauguradas. Estas solo deben llevar la fecha de su inauguración. Y, para terminar: “Las obras públicas son del país, no de un gobierno o funcionario en particular, y concluyó con esta afirmación: “El culto a la imagen del presidente se acabó,” dijo al firmar el decreto. Gran lección que debería ser muy bien acatada. ¡Qué calidad de estadista!


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