Casi 300 presos políticos hay en el país. A eso debemos sumar los más de 11.000 niños que murieron de hambre en 2016 (seguramente más en 2017 y 2018) y los 11 kilos que ha perdido 67% de los ciudadanos en el último año. Teniendo estos datos en cuenta, tendríamos una imagen más próxima a la realidad de Venezuela.
A pesar de hablar a menudo sobre la grave situación del país, la ONU hace poco o nada al respecto. El Consejo de Derechos Humanos de la Organización de Naciones Unidas ha impuesto desde 2006 más de sesenta condenas a Israel, mientras otros regímenes, como Algeria, Irak, Qatar o Venezuela, no tienen una sola. Es un acto de máxima hipocresía. Supuestamente, la ONU nació para poner fin a los conflictos entre países, entre seres humanos. En específico, el Consejo de Derechos Humanos nació para velar por el cumplimiento, valga la redundancia, de los derechos humanos. ¿Acaso la libertad de expresión no es un derecho? ¿Y la propiedad privada? ¿La libertad de movimiento? ¿Qué me dicen de la democracia que, por su ausencia, tanto brilla en Venezuela? El mensaje es claro: No importa cuántas personas mueran de hambre o por escasez de medicinas. No importa cuánta gente pierda peso. No importa cuántos presos políticos haya. No importa que millones de personas vivan subyugadas a una dictadura que les trata como a salvajes. La ONU no considera estos hechos suficientes para condenar a un país. Parece que un consejo cuyo pilar fundamental es la defensa de un fin (los derechos humanos) tiene miedo de defender sus principios. Esa cobardía que Naciones Unidas exhibe orgullosamente mientras el país sigue en una situación de lo más desesperante cuesta vidas. Y no una ni dos, no. Miles de vidas. ¿Les gustaría que les tratasen así si su país fuera víctima de unos gobernantes tan ineptos como los de Venezuela? Por supuesto, la venganza nunca es el camino, pero cabe preguntarse si se comportarían de la misma manera si fuera su país el que está en riesgo. Mucha gente lucha con todas sus fuerzas para ver, más que un cambio de gobierno, un cambio de modelo, pues si cambian los gobernantes pero no sus medidas, no avanzamos en absoluto.
No toda la cobardía viene de la Organización de Naciones Unidas. El gobierno de España, en manos del socialista no votado Pedro Sánchez Castejón, dice apoyar el “diálogo” para encontrar una salida a la crisis venezolana. Es realmente vergonzoso, como ya escribí hace unas semanas, que el presidente de un país hermano de Venezuela crea en el diálogo con una dictadura asesina y opresora. Parece que el gobierno español no vive en este planeta. En fin, ¿qué esperar de un gobierno sostenido, en parte, por el partido político Podemos, cuyo líder Pablo Iglesias, junto con varios miembros, fue asesor del gobierno de Hugo Chávez? Iglesias llegó a decir en la televisión venezolana que sentía “envidia” de ellos y que el chavismo era un modelo para España. Además, al morir Chávez, dijo que los demócratas habían perdido a uno de los suyos. Nada más que añadir.
La ONU, España y demás países o grupos de países, como la Unión Europea, deben unirse y esforzarse para acabar con la dictadura venezolana. Cualquier país podría verse en esa situación, y no son pocos los países europeos que han estado cerca de tener un gobierno al más puro estilo chavista. Pedir diálogo es poner una excusa para no tomar medidas realmente efectivas contra el totalitarismo. Los organismos en defensa de los derechos humanos deben empezar a hacer su trabajo. No hay tiempo que perder.