La palabra “universidad” viene del latín y tiene diferentes acepciones, pero todas convergen en lo mismo. Entre otras, hay una que es definitoria de la institución en tiempos modernos. “Universalidad”, todo lo contrario a un solo pensamiento, completamente opuesto a una sola interpretación de la realidad. También significa “colectivo”, “comunidad”.

Establecer una universidad para formar a los individuos de un país no es tarea fácil, no se puede hacer de la noche a la mañana porque, precisamente, hay que diseñar programas de estudio “universales”, que engloben el saber desde muchos puntos de vista, pues precisamente con este tipo de exposiciones, las mentes absorben y disciernen sobre la mayor extensión del conocimiento.

Claro, la tarea de crear una universidad por antojo se hace más fácil si lo que se pretende “enseñar” es el pensamiento único. Eso es sencillo, solo basta asegurarse de que los “catedráticos” tengan un bozal de arepa respetable y que todos juren comulgar con la conceptualización de poder que se quiere imponer. Aquí, el modelo sería una academia militar, más bien, en la que se enseñan lineamientos teóricos de una concepción predefinida de tareas y se sigue una jerarquía cerrada que solo premia la obediencia, no la meritocracia.

Eso que hizo Diosdado Cabello, de “ceder” lo que no es suyo, es decir, la sede de El Nacional, para que se instalara allí la Universidad de las Comunicaciones, es una farsa muy grande. ¿Y cómo se sabe que funcionará igual que todas las “casas de estudio” creadas por el chavismo? Solo basta con leer el objetivo que se proponen: “Formar un ejército de hombres y mujeres que estén al frente de la batalla comunicacional en defensa de la paz y soberanía de Venezuela”.

¿Ejército? ¿Batalla comunicacional? ¿Acaso no se dan cuenta de que estas palabras son completamente antagónicas a una formación universitaria? Si lo que se proponen es que los estudiantes se comporten como soldados uniformados, ¿dónde queda la discusión de ideas, la diversidad de pensamiento? Hay que saber desmenuzar lo que dicen los ministros chavistas para entender sus verdaderas intenciones.

En esta Universidad de las Comunicaciones se enseñará de todo menos un programa académico. Servirá para aleccionar a lo que la ministra llamó “asociados”, ni siquiera los identifican como alumnos. Será por eso que el Observatorio de Universidades registra datos de que 76% los estudiantes de las casas de estudio del gobierno las califican de regulares a deficientes. Para enseñar un solo pensamiento, o para lavar el cerebro, no hacen falta académicos con posgrados o con experiencia.

Esta pantomima de acto de apertura de esta casa de estudios es más bien otro funeral para lo que sí fue una escuela de excelentes periodistas. Por más de 70 años pasaron por la redacción de El Nacional muchos jóvenes que se formaron bajo la dirección de los fablistanes más selectos; allí aprendieron a identificar una noticia, a hacer un seguimiento, a darle voz al que sufre, a escuchar a la contraparte, a investigar, a precisar datos. Son muchísimos los que crecieron en estas aulas abiertas de camaradería y buen ejercicio de la profesión.

No perdemos la esperanza. Así como la Bolivariana, la Campesina y la del Deporte, son solo un cascarón vacío sin profesores ni alumnos, la de las Comunicaciones se olvidará pronto. Y más temprano que tarde, El Nacional volverá a su casa.


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