“Quien va contra la corriente soy yo, aún maniqueísta, aún reticente a concebir la literatura tan solo, o principalmente, como reflexión y crítica sobre ella misma”, decía, en 1981, Óscar Rodríguez Ortiz sobre su trabajo.

El autor fue un reconocido crítico, narrador, ensayista y editor venezolano. Fue director de la editorial Monte Ávila, y trabajó hasta su muerte para la Biblioteca Ayacucho ampliando un catálogo latinoamericano que ha sido admirado en el mundo hispano. Escribió para el diario El Nacional y para las revistas Tiempo Real de la Universidad Simón Bolívar, Imagen y Revista Nacional de Cultura del Consejo Nacional de la Cultura, entre otras.

Rodríguez Ortiz falleció el 5 de enero en Caracas a los 74 años de edad, y dejó un legado indiscutible para el mundo literario venezolano y de la región Las redes sociales se cargaron de mensajes que recordaron sus méritos y daban apoyo a su familia; instituciones públicas y privadas recordaron que él había escrito o editado para ellos en algún momento.

El escritor nació en Caracas en 1944. Inicialmente fue traductor de textos políticos en la Universidad Central de Venezuela y lector aguerrido de literatura, historia y filosofía. Una vez que sus ensayos críticos comenzaron a circular, destacó de manera eminente en el mundo de las letras gracias a sus obras en las que, con una metodología analítica, desentrañaba desde todos los ángulos posibles las piezas de autores latinoamericanos (haciendo énfasis especial en los venezolanos).

Su primer ensayo, Seis proposiciones en torno a Salvador Garmendia, publicado en 1976, ofrece una aproximación sobre sus intereses como crítico literario. En una entrevista sobre esa edición señalaba la necesidad que tenía de leer más textos que indagaran sobre temáticas profundas, ya que los bestsellers no le merecían respeto. Este texto se ha convertido en lectura obligatoria de todos aquellos que desean entender la complejidad de Garmendia. Rodríguez Ortiz también escribió un riguroso ensayo sobre la obra de Victoria de Stefano que el Papel Literario difundió en su momento.

Confesó que escribió a partir de su manera de leer “a través de una jerarquía de seis grados que va de la nada al mucho”, y luego de un exhaustivo proceso de análisis semiótico y semántico. Sobre las novelas latinoamericanas, pensaba que ellas encontraron su camino en el siglo XX porque resaltaron siempre la experimentación técnica, la insubordinación contra el realismo y las responsabilidades de la escritura en revolución.

Algunas de sus obras son: Antología fundamental del ensayo venezolano (1983), que recopila textos de Simón Rodríguez, Andrés Bello, Simón Bolívar, Rafael Baralt, Cecilio Acosta y Arístides Rojas; Antología de la revista Cultura, en la que estudia, junto con Lyl Barceló, el momento en el que surgen las bellas artes y la Generación de 1918; Intromisión en el paisaje 1985, que refleja el “tránsito” de la literatura venezolana entre 1960 y 1970; Tres ensayos sobre el ensayo venezolano (1989), su célebre Placebo (1990) y Los bordes de la continuidad (2016). En enero de 2018 publicó su último artículo en este diario, dedicado a Juan Liscano, otro grande, como él mismo.

lana entre 1960 y 1970; Tres ensayos sobre el ensayo venezolano (1989), su célebre Placebo (1990) y Los bordes de la continuidad (2016). En enero de 2018 publicó su último artículo en este diario, dedicado a Juan Liscano, otro grande, como él mismo.


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